EN SILENCIO

En silencio dejó la habitación que ocupaba en aquél piso compartido. Levantó la maleta para que las ruedas no hicieran ruido y despertaran a los que ya no eran sus compañeros de piso y los que no volverían a ser nunca sus amigos.
No lloró, pero lo hubiera hecho si años y años de oír que él no debería llorar no le hubieran amputado ya esa habilidad.
Se presentó en la acera, con lo puesto no, con lo puesto, la maleta, y a pesar de que la cuenta del banco estaba a cero, del todo, él aún tenía una esperanza, aún tenía el tesoro familiar que apretaba con fuerza.
Se dirigió a hablar con su trabajadora social.
Le miró con desaprobación, pero, como siempre, le dirigió unas palabras de ánimo y esperanza. Era como un disco rallado.
- Voy a llamar para que vengan a buscarte y te den un techo para vivir pero tu lugar no es entre indigentes. Tú eres una persona que puede buscar y encontrar empleo, no te rindas, aunque vayas a ir a vivir a este sitio tú sigue adelante con lo que estás estudiando y busca empleo.
El lugar donde le llevaron olía mal, y entendió en un segundo por qué su trabajadora social no le quería mandar allí, pero él sonreía para sí.
No era su última opción, aún le quedaba su tesoro, invisible a la administración, a sus compañeros de aquel antro.
Lo abrazaba con fuerza y lo protegía.
Seguía con cariño las indicaciones a las que su buena educación obligaba y se duchaba cada mañana, tuviera donde ir o no. A pesar que se tenía que duchar en una especie de vestuario de gimnasio, donde, casi cada día, estaba alguno de los profesionales del sitio intentando convencer a algún hombre ya con escaras de la suciedad, que se duchara, que si no lo hacía por su bien, lo tenía que hacer por obligación.
Era consciente que aquellas personas fueron en su vida como él, solo gente que cayó en desgracia. Pero él nunca sería uno de ellos, rojo de alcoholismo, tirado todo el día, loco de pura desesperanza, no, porque él tenía su tesoro, y si todo fallaba, lo vendería y tendría solucionado suficiente tiempo como para recuperarse.
Además su tesoro era prácticamente invisible, pues ni sus compañeros de... aquel lugar donde dormía, ni los trabajadores podían entender el gran valor que tenía, y, además, era pequeño y fácil de esconder.
Así, iba a ver a las chicas tan majas que le ayudaban a buscar empleo mientras sonreían, a la psicóloga que todos estaban empeñados en que viera, e iba, alguna vez, a mirar el edificio señorial donde creció, y, de donde solo pudo sacar su excelente educación y el tesoro que le acompañaba.
Alguna vez, una vecina muy muy mayor, le había reconocido y le había querido dar limosna. A partir de entonces buscó trabajo con más interés si cabe.
Y lo encontró, lo que pasó es que, a pesar de la larga jornada laboral no le llegaba para nada más que para otro piso compartido, otra vez las miserias de siempre, pero tenía su tesoro, y con eso se arreglaría si las cosas empeoraban, y con eso estaba tranquilo
Su trabajo de miserias, día tras día, la misma rutina, las mismas obligaciones, y por la tarde, la soledad de la habitación, cama, armario, mesa, ordenador portátil Unas miseras horas libres que emplear en recuperarse de los rigores del pesado trabajo.
Esperaba su jubilación, o su muerte, no sabía bien, pero no gastaba tiempo en decírselo a si mismo.
En aquellos años solo tuvo dos glorias. Pasó tantos años en aquél piso que llegó a ser el titular del alquiler, y él, el que tenía subarrendadas las habitaciones, en el trabajo llegó a ser el que más antigüedad adquirió.
Pero la desgracia llega, como llega todo, y en este caso no se podía decir "en la casa del pobre" porque al fin y al cabo él no se consideraba pobre, pues tenía su tesoro.
Y sucedió lo que sabíamos todos cuando empezó esta historia.
Perdió el empleo, se fundió todas las ayudas.
Y cuando su trabajadora social, otra trabajadora social, le dijo que tenía que ir a un albergue de indigentes no lo dijo con pena, y los empleados de aquél lugar ya no se comportaron con él, pobre, harapiento, desgastado del duro trabajo, como la primera vez que fue a un albergue.
La primera vez que le tuvieron que insistir para que se duchara, tomó una decisión.
Apretaba fuerte en su mano el tesoro cuando se acercó a la tienda de segunda mano y le enseñó su tesoro a aquél que se suponía que sabía lo que tasaba.
Lo que él llevaba no valía nada.
Nada.
Era bonito, pero había miles, en la época en la que se compró se hicieron en cadena...
- Invaluable valor sentimental - dijo aquél entendido.
Entre el mostrador y el harapiento que iba, por fin, a deshacerse de su tesoro, se abrió la tierra.
Y con su tesoro muy apretado en la mano salió de allí.
"Por lo menos no me he tenido que deshacer de él" se dijo.
Llamó a sus padres, solo quedaba su madre con vida. Aceptó su ayuda y la herencia que le dejó su padre y murió con la mano cerrada fuertemente en torno a su tesoro.




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