EL CUADRO

Naturalmente esta historia es mentira. Lo digo por que algunas personas que me conocen en la realidad, no en esta complicada ficción de internet, pueden tener tentaciones de pensar que me sucedió.
Cuando eres trabajadora social, conoces a cientos de personas, y ves cientos de casas.
No tenían ni hijos, ni sobrinos que les heredaran. En estas situaciones, siempre surge alguien que anda detrás de la herencia, o una buena persona (o ambas cosas a la vez) que cuida a los ancianos. Sin embargo, en este caso, no había nadie. Me reuní en exclusiva con ambos ancianos.
Vivían en un semisótano húmedo y misérrimo. Cada objeto era testimonio de quien no ha tenido tiempos mejores. Todo evocaba la pobreza de los obreros que han pretendido prosperar trabajando. Revisé sus ingresos, eran realmente bajos, es prodigioso lo que hace a veces la gente con tan poco dinero. Indagué si les estaban dando de comer los vecinos, o recibían algún tipo de ayuda similar. Nada, parecía que realmente vivían de su propia necesidad.
Les hablé de los bancos de alimentos, y otras ayudas del ayuntamiento. Me dijeron tranquilos.
- No se preocupe usted, es que no nos gusta pedir si no necesitamos. Si algún día vemos que no nos llega para comer, ya la llamaremos a usted, que es tan maja y le pedimos ayuda.
Continué con la entrevista de rigor. Como tantas personas de su generación, tenían una salud prodigiosa, y unos modales exquisitos. Al acabar, no pude evitar saltarme un poco el buen hacer de una trabajadora social y les manifesté que me preocupaba su situación económica de verdad.
Entonces ellos, me hicieron una señal con el dedo para que guardara silencio. En silencio, me condujeron por el corredor de la casa. Al fondo había un armario. Lo abrieron.
El fingido armario escondía unas escaleras. El olor a humedad hacía la atmósfera irrespirable. Bajé obediente. Sé que cualquier amante de las películas de terror como yo, jamás debería haber hecho algo así, pero si conocen a alguna trabajadora social, pregúntenle cuantas veces ha estado metida en situaciones que dan bastante miedo.
- Por eso compramos esta casa, este sótano está sin declarar, nadie sabe que existe este lugar. - Me comentaba ella.
Abajo, una enorme caja fuerte. Nada más. Tuve que pestañear, pensé que estaría llena de dinero ¿Cómo me iba a imaginar que allí habría algo más alucinante aún?
La abrieron, e iluminó su interior la única bombilla que colgaba del techo.
Aún dudo si contar esta historia de lo mucho que me conmocionó.
- No se preocupe por nosotros. Mi abuela - dijo ella henchida de orgullo - era valenciana y los señores de la casa donde trabajaba le regalaron esto, a cambio de que no dijera a nadie que su hijo era de... bueno, del señor que le regaló el cuadro.
- Es un Sorolla. - Contesté, en realidad, aterrada, frente a lo imprevisible. Me senté en el frío suelo, creí que me desmayaba.
- Ve - siguió ella hablando - en cuanto veamos que nos va mal, pues vendemos el cuadro. No se tiene usted que preocupar por nosotros.
Abandoné la misérrima casa.

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