LA HERIDA DE LAS CADENAS

Les enseñó a los compañeros las heridas sangrantes de los tobillos. Se las habían provocado las largas horas de trabajo con las cadenas puestas. Se quejaba sobretodo de los lugares donde la sangre manaba también con pus.
Entonces todas las personas que le escuchaban, sin excepción, enseñaron horribles cicatrices, algunas también enseñaron sangre fresca, de heridas causadas ese mismo día.
En aquel preciso instante, cuando todos intentaban hablar por encima de los demás explicando lo mucho que les había dolido y lo mucho que habían sufrido, se dio cuenta que nunca ganaría esa competición al que más ha aguantado.
Así que esa noche, con un nudo en la garganta, de pena por abandonar a tantos amigos, cogió la llave y soltó su grillete.
Ahora trabaja en un gran edificio de oficinas. En una multinacional de los seguros. Tiene un puesto muy considerado.
Y sobre todo, a él nadie le grita, nadie le falta, ni el más mal educado de la oficina, ni el jefe más alto. Saben que si sabe donde está la llave del grillete, se lo quita.

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