CASTILLO

La señal sonó alta y clara, no había atisbo de duda posible, estaban atacando el castillo. Naturalmente salió sin ninguna intención de ponerse su armadura. No había tiempo, mientras su mujer se reunía con los hijos para acudir al punto más alto de la torre donde dormían, allí se resguardarían del ataque.
Los enemigos estaban lejos, muy lejos, hacía décadas que aquella fortaleza no era fronteriza, los señores feudales de alrededor eran todos amigos, se suponía, pero claro estaba que no era así. Si no habían tomado las plazas cercanas pero se encontraban allí estaba claro que les estaban atacando supuestos amigos.
Con la espada desenvainada se unió a sus soldados en la arena al lado del pozo. Les miró a los ojos, casi ninguno de ellos había luchado con él en las batallas anteriores, cuando había que eliminar al extranjero que venía a invadir. Había pasado mucho tiempo desde los gloriosos años en los que tomó aquella misma fortaleza.
Asedió el castillo durante más de un mes así que no entendía como fuera, en ese instante había otro estratega, otro caballero, otro noble, intentando tomar la fortaleza en una noche.
Las órdenes eran directas y claras. Tomar una plaza defensiva como aquella es difícil. Los arqueros a las almenas, a disparar a los que fuera intentaban con un ariete derribar la puerta. Los armados con espadas esperarían ahí mismo, si la puerta cedía, estarían cansados y tendrían que luchar, encima contra poderosos guerreros.
A pesar de la adrenalina que generaba por la propia situación subía a las almenas a controlar la situación mientras bostezaba. Se asomó a ver al enemigo y al volver a mirar a sus hombres tuvo que contener el deseo de hacer un gesto de resignación. Los que estaban fuera no tenían ni una sola fuente de luz encendida. Estaban atacando a ciegas. La luna estaba en cuarto decreciente y apenas iluminaba nada. No había a quien disparar pues parecía un ataque de fantasmas. Se oía a la gente abajo, debían ser unas cien personas, pero no se veía nada.
Los golpes del ariete eran contundentes.
Cuando él mismo tomó el castillo se abrió un gigantesco boquete en la pared sur, fue muy costoso repararlo sin que se notara la diferencia de la piedra. Puso mucho empeño en ello ya que no quería que si se ataca el castillo nadie notara que por ese punto era más débil la estructura. Ahora le preocupaba, pero, a fin de cuentas, como iba a saber el invasor aquello.
La puerta empezaba a ceder. Se agachó para ver mejor la situación, no sabía si debiera bajar a motivar a sus hombres en un lugar tan crítico de la batalla. Fuera los gritos eran desordenados y torpes. Pero a cada nueva embestida los que estaban dentro volvían a alzar la espada. Los arqueros lanzaban incesantes flechas, pero no podían acertar a ninguno de sus objetivos.
Ordenó a uno de sus hombres que le entregara su antorcha y él mismo la portó hasta el lugar donde más débil era la fortaleza. Sabedor que aquello era sólo fruto de su obsesión, ya que era imposible que nadie supiera aquello, fue solo.
Al llegar quedó petrificado, alguien estaba escarbando en ese lugar tan delicado. Lo estaban tirando abajo.
Entonces retrocedió y miró al interior del patio. Ni un campesino. Al fin y al cabo ellos eran siervos de él, a cambio de que él les defendiera de otros. Si ellos no estaban dentro, si ellos no habían pedido ayuda, es que eran ellos los atacantes.
Un minuto después de que él llegara a entenderlo los mismos que arreglaron el enorme boquete encendían sus antorchas dentro de la propia fortaleza.
Se habían dado cuenta que cualquiera sería mejor señor feudal que el que tenían en ese momento.

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