LA EVIDENCIA CIENTÍFICA

Fue en 2035, lo recuerdo perfectamente, por que fue el año que acabé de pagar la hipoteca.
Era un gran momento, algo que merecía invitar a los amigos a una ronda de cerveza y a los familiares a una comida. Merecía salir con los hijos y el marido a comer a Segovia, o más lejos, a algún sitio donde hubiera que hacer noche. El momento había llegado, por fin la inversión ruinosa se desvanecía, por fin nuestro dinero era nuestro, limpio, destinado a comer y gastos ineludibles (fijos).
Sin embargo, hubo algo que me indigestó el bocado, algo que me devolvió a mi naturaleza humana. Igual que la mala inversión de mi domicilio me arrastró a la peor de las consecuencias de ser humano: el hecho de cometer errores, ahora otra cosa, me desvelaba el dolor de ser uno de los míos.
La misma mañana que pagué el último de los plazos de la hipoteca se abrió un antes y un después en la historia de la humanidad. Mi hijo, mirando el televisor, atónito frente a la noticia decía: "el nuevo año cero, una nueva era" mientras los científicos argumentaban, por fin y de forma irrevocable que Dios no existía.
Tan fascinada como mi hijo, llamé a todos aquellos que se me ocurrió que esperarían la noticia con la misma alegría. Era un viernes, un viernes feliz, un viernes alegre.
Hasta que aquél domingo asistí a algo más fascinante, las iglesias de todos los credos volvían a estar llenas.

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