POETISA.

La poetisa llegó a su casa. Maldita hipoteca, condena perpetua, volvía de un trabajo agotador, y de un transporte del trabajo a casa, que le cargaba aún más la vida, y le quitaba aún más de su verdadera vocación, de aquello para lo que se sentía llamada. La poesía.
Cayó, agotada en el sillón, y mientras se desabrochaba el insoportable y apretado pantalón, encendía la televisión. Se le quedó la mente en blanco. Ella quería escribir, quería leer, pero estaba demasiado cansada.
La caja emitía su sonido, y su imagen; proyectando sobre la agotada poetisa una luz malvada, mientras ella: perdía algo más que tiempo.

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