LA GENTE INTELIGENTE

En cuanto no tenía ocupadas las manos le veías con la mano derecha arrascándose una y otra vez en el antebrazo izquierdo.
Tenía esa costumbre desde hacía tantos años que lo que no era una herida era costra y lo que no era costra era cicatriz.
Incluso, a veces en invierno, la sangre le calaba la camiseta.
Una vez le pregunté por esa dañina costumbre y contestó.
- Pues me han dicho que tener este tipo de heridas es de gente inteligente.

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