EL CALCETÍN SOLITARIO

Le llamaba una y otra vez desesperado, no le importaba hablar muy alto, pues sabe que cuando los calcetines hablan nadie les oye. Ni siquiera otras prendas de ropa interior o de pies. Ni siquiera los leotardos oyen a los calcetines cuando desolados llaman a su hermano perdido. Sería demasiado doloroso para cualquier ser, moriríamos de pena si pudiéramos oír el lamento del calcetín que una vez tendido mira las demás cuerdas de la ropa y no ve a su pareja. Y es que son seres condenados al sufrimiento silente de los perdedores. De los que se rompen en la batalla y siguen luchando, de los guerreros.
Tal era su dolor que no pudo reparar en el adolescente malhumorado y abochornado que le buscaba a él para hacerle desaparecer.
Guillermo era un buen chico. De esos que se avergüenzan de los compañeros de clase que presumen de haber gritado a sus padres o que se escapan una noche entera sin avisar a nadie de a donde van, aunque luego no se pueden resistir de poner en las redes sociales de internet que están de fiesta, y ahí es cuando ven sus padres, que están bien.
En un arranque de rebeldía había arrojado por la ventana de su casa la camiseta del uniforme del colegio, el pantalón, y... sólo uno de los calcetines. Como ya no iba a ese colegio su madre probablemente nunca se daría cuenta pero si aparecía uno de los calcetines y el otro no... debía hacerlo desaparecer pronto.
"O eres rebelde o no - se decía - pero no puedes ser ridículo" y es que tirar ropa que ya no vale por la ventana es una forma muy triste de expresar la rabia.
Mientras el chico miraba debajo de la cama entró Guillermo, el padre, en el dormitorio.
- ¿Qué haces? - Le preguntó.
- Nada papa - perdí un calcetín.
El padre se puso muy nervioso, casi le tembló la voz.
- ¿Uno rojo?
- Sí, papa, uno de mi antiguo colegio.
- Debemos encontrarlo.
Guillermo se quedó muy sorprendido ¿Tan mal andaban de dinero? A fin de cuentas su padre era sólo un pobre constructor que ahora que las cosas estaban tan mal, había perdido muchos contratos con la administración pública.
El llanto del calcetín se paró en seco cuando el padre de familia levantó el colchón de la habitación para ver si había algo debajo. Con gran dolor fue interrumpida la búsqueda de su hermano ya que le cogieron con violencia para mirar dentro.
Luchó como pudo por zafarse del hombre que le agarraba, pero es que, además de ser un hombre muy fuerte los calcetines a penas tienen tono muscular.
Creyó que sería el primero de su especie en vomitar de tanto llorar, pero se equivocaba, muchos lo hacen cuando se ven solos en el cubo de la basura, o cuando se precipitan desde el tendedero a la calle, donde la pérdida del hermano es ya definitiva.
Siempre soñó que la vida con él no sería tan dura y se iría a la basura atado cuidadosamente a su compañero, juntos para siempre. Incluso se imaginó que ellos serían de esos solidarios que se pasean por el vertedero buscando a los que han sufrido la suerte de ir solos a ese lugar e intentarían hacer más ligera su carga.
Ahora rota toda esperanza oía a Guillermo, el padre de Guillermo.
- Por miedo a que la policía registrara la casa metí las llaves del trastero donde escondí las pruebas de mi corrupción en un calcetín de tu uniforme antiguo. Nunca pensé que te volvieras a poner unos calcetines tan feos sin obligación.
Guillermo, el hijo, palideció de pronto, el calcetín seguro que seguía en la calle tirado ¿Quién recogería algo así? pero no quería confesar.
El calcetín había oído lo de feos, pero poco le importaban ya esas cosas.
- Te digo donde está el calcetín si nunca me preguntas cómo acabó ahí.
El padre asintió.

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